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27
jul

Publicado por Protegetedelmovil.com

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Irune Ruiz vive junto a un medidor de ondas para saber por dónde puede ir y evitar lugares con radiación

«Recuerda desconectar el móvil antes de entrar». Cada vez que Irune Ruiz Zamacona queda con alguien repite esta frase a modo de latiguillo. ¿Será una maniática? Esto es lo primero que tiende a pensar el interlocutor. La respuesta es negativa. Lo que le pasa a Irune es que padece de electrohipersensibilidad (EHS), es decir, su organismo sufre cuando está cerca de un campo eléctrico o electromagnético; y cuanto más se expone, más sufre; y cuantas más veces, menor es la resistencia a las ondas. «La radiación de un móvil o del Wi-Fi me deja tres días mala», asegura.

- ¿Qué nota?

- Cuando me expongo, me tiro tres noches sin dormir, con un continuo dolor de cabeza, en los ojos es como si tuviera arenillas, se me seca la garganta.

Estos son algunos de los síntomas que dificultan la vida diaria de Irune. Aún no ha llegado al extremo de tenerse que cubrir con una especie de burka confeccionado con hilos de aluminio para moverse por la calle. De momento, se vale del medidor de intensidad de campo electromagnético, con el fin de detectar posibles contaminaciones en su entorno. «En Basauri, ya sé más o menor por dónde tengo que moverme… pero, claro, ni se me ocurre coger el metro. Todo el mundo va con el móvil. Debería estar prohibido en los espacios públicos, como el tabaco».

La Organización Mundial de la Salud (OMS) no admite la EHS como una enfermedad, aunque países como Suecia así la consideran. En España, tampoco se reconoce como dolencia. Esto, sin embargo, no ha impedido a un juzgado de Madrid declarar la incapacidad permanente y absoluta para una trabajadora por ser hipersensible a los móviles. El juez considera que esta dolencia incapacita a la mujer -con diagnóstico previo de fatiga crónica y fibromialgia- para seguir desarrollando su labor como auxiliar de servicios en la Facultad de Económicas de la Universidad Complutense «con un adecuado nivel de profesionalidad y rendimiento».

Irune tiene referencias de este caso, por lo que no le extraña la resolución judicial. Cree que esta sentencia puede contribuir a que, de una vez, «se empiece a relacionar todo». Con «todo» quiere decir el conjunto de enfermedades englobadas bajo la definición de ‘síndrome de sensibilidad central’, que es una percha de la que cuelga la fibromialgia, la fatiga crónica, la sensibilidad química múltiple (SQM) y la electrohipersensibilidad (EHS).

Miembro de la Coordinadora Vasca de Afectados por los Campos Electromagnéticos (Ekeuko-Covace), su propia experiencia le ha llevado al convencimiento de que la electropolución es el origen de todos los males que arrastra desde un ya lejano 1987. Hace veinticuatro años, esta vecina de Basauri vivía en Nueva York, donde preparaba una tesis doctoral y trabajaba de traductora para la ONU. De pronto, empezó a sentirse mal. «Estaba muy cansada, tenía un agotamiento extremo, me costaba hasta levantar el brazo. Fui al centro de salud de la Universidad de Columbia y me diagnosticaron mononucleosis. Dos años después, seguía sin curarme. Iba por la vida a rastras. Estaba a tope de alergias y cogía todo tipo de infecciones».

«Problemas de sueño»

A estos achaques se fueron sumando, «pinchazos en el cerebro y problemas de sueño. Así iba tirando como podía». En 2004, Irune volvió a instalarse en Basauri y entró en contacto con el grupo Sagarrak Ekologista Martxan. Es entonces cuando empezó a oír a hablar del riesgo para la salud de las antenas de telefonía. «Entonces caí en la cuenta de que había vivido durante diez años cerca de una torre de telecomunicaciones». Como todo el mundo por esas fechas, esta mujer se hizo con un móvil. Ponerse el celular en la oreja y notar un pinchazo fue todo uno. «Era como si me metieran un alambre por un oído, así que empecé a utilizarlo solo con el altavoz y para mandar mensajes. Pero cada vez era peor, así que dejé de usarlo».

Ella no tiene móvil, pero casi el 100% de la población sí. Ahí están y son emisores y receptores de ondas. Es lo que se llama la contaminación electromagnética que proporcionan los celulares, los teléfonos inalámbricos, las redes Wi-Fi, los hornos microondas, las antenas de telefonía y las de radio o las cámaras y micrófonos espía. Debido a esta proliferación de fuentes de radiaciones, Irune no se separa de su medidor de intensidad de campo electromagnético.

- ¿Y nunca viaja?

- No en transporte público. Y para las vacaciones, cada vez me cuesta más conseguir un hotel. Ahora en cualquier sitio te dicen ‘tenemos Wi-Fi’ como si fuera una cosa grande… Pero a mí no me deja pegar ojo en toda la noche».

Irune Ruiz trabaja para Sagarrak Ekologista Martxan. Gran parte de su trabajo lo hace desde casa, con el teléfono de siempre. No quiere ondas en su vida. «Hay gente que no nos cree, que piensa que es algo psicológico. En otros sitios ya se admite que es una enfermedad, que es el mal de la ondas».

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